viernes, 28 de enero de 2011

BASURA Y MÁS BASURA


Basura es sinónimo de “suciedad, inmundicia, impureza, deshonestidad o cosa repugnante y despreciable”. En sentido concreto es el conjunto de nuestros desechos, algo con lo que convivimos, obligados a desalojarlo de nuestros hogares diariamente; son nuestros desperdicios, lo que no nos sirve para nada y nos molesta por el putrefacto olor que desprende si se mantiene en nuestras casas. En sentido abstracto o metafórico es exactamente lo mismo, aunque referido a determinados actos humanos que convierte a quien los practica en una verdadera basura al exhalar un hedor insoportable, en este caso no físico, que repele a nuestras conciencias, especialmente si se trata de personas dedicadas a la gestión pública, a quienes, precisamente, pagamos entre todos para que con la mayor pulcritud velen por nuestros intereses colectivos. Así sucede con la corrupción política, una basura intolerable, cada vez más generalizada, sin que ningún partido político dé el paso definitivo para erradicarla de sus filas de forma tajante.
          Lo más llamativo es que el último caso hecho público, el caso “Brugal”, presunta basura política como otras muchas, hace objeto directo de sus posibles indecencias a la basura en su mas estricto sentido, evidenciando, como nunca, lo rentable que, presuntamente, puede ser para algunos moverse entre la inmundicia. Jamás el concepto de basura fue tan simbiótico en sus dos acepciones; jamás se publicó el inmenso valor que pueden tener nuestros desechos; hasta ahora por lo visto, sólo los expertos en basuras conocían el valor de las mismas. Ahora ya somos muchos más los que lo sabemos. ¡Quién podía imaginar que la basura que apartamos de nosotros, mezclada, presuntamente, con la basura política, es decir, bien reciclada, daría tantos frutos! Ya ven, todo es aprovechable en esta vida, es cuestión de oportunidades.
          Lo lamentable es que, desde que se ha destapado el caso, los responsables de turno, como en  otros muchos casos, pretendan extender cortinas de humo, una vez más, para desviar la atención. Con más de una docena de imputados en esta presunta trama de corrupción -algunos de ellos cargos públicos importantes y otros, imputados en presuntas tramas anteriores- lo que menos importa es si por parte de la policía judicial se pecó de exceso de celo en su forma de investigar, ya que sería lo deseable en todos los casos similares; tampoco es importante si se incurrió en algún defecto procedimental, que, en definitiva, invalidaría la actuación investigadora y, judicialmente hablando, podría beneficiar al imputado; lo que es esencialmente importante es la manifestación categórica y contundente ante la opinión pública por parte de los cargos públicos imputados de que su actuación –tanto oficial como privada, tanto escrita como verbal- en el devenir de los acontecimientos que han desembocado en la supuesta trama investigada ha sido meridianamente impoluta. ¡Quién mejor que ellos mismos pueden desmentirlo a los cuatro vientos si saben que nada se puede actuar contra ellos o sus familiares más directos! ¡Quien mejor que ellos para llevar a los tribunales a quienes les acusan falsamente!
          Lo improcedente, políticamente hablando, es refugiarse en la presunción de inocencia, que, por supuesto, como cualquier otro ciudadano, tienen más que garantizada jurídicamente. Sin embargo, como cargos públicos, no son como cualquier otro ciudadano ya que están en una posición de privilegio al haber depositado en ellos la confianza para la gestión de los bienes públicos, que son de todos, y, bajo ningún concepto, deben usarlos en beneficio propio, de familiares o amigos. Ellos deciden sobre el patrimonio público, que es de todos nosotros, y, obviamente, tienen una información privilegiada y previa que jamás deben usar en beneficio de alguien sino en beneficio de todos. Ya sabemos de sobra que, por casualidad, algunos compran terrenos u otros bienes poco antes de ser recalificados o sobrevalorados, proporcionando grandes fortunas al nuevo propietario en perjuicio del anterior; ya sabemos que, casualmente, se constituyen determinadas empresas, normalmente de servicios, que, casualmente de nuevo, son las depositarias de posteriores adjudicaciones; ya conocemos demasiadas casualidades de este o parecido tenor. Son personas con mucha suerte, ¡qué le vamos a hacer! Algunos hasta son tocados con la vara de la vieja Fortuna a lo largo de casi toda su vida; otros, es curioso, hasta son parientes, compañeros o amigos  de nuestros políticos. Algunas veces se descubre que algo tiene que ver esto con su suerte. Por ello los votantes, los ciudadanos, a veces dudamos de tantas y tantas casualidades por lo que deseamos una inmaculada imagen de nuestros representantes políticos y sus familiares; ya en época del Imperio Romano se exigía que la mujer del César no sólo debía ser honrada sino parecerlo; la cosa, ya ven, viene de muy lejos. Cuando ello no sucede así, políticamente, no cabe la presunción de inocencia, al margen de que se pueda o no demostrar la culpabilidad del imputado. Entretanto sólo cabe su dimisión, en especial con nuestro sistema electoral, partitocrático, que obliga a optar por listas cerradas, impidiendo que los ciudadanos puedan desechar las basuras que perciban en ellas sin renunciar a su opción política. Sería la culminación de que en Democracia el pueblo nunca se equivoca.

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

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