Tras
varios años de calma casi sepulcral, en los que, al final, todas las variables
económicas nos conducían inexorablemente al abismo, toca ahora vivir en tiempos
revueltos. Y es que el nuevo gobierno de Rajoy, recién llegado, ha decidido
exponer crudamente la caótica situación y tomar drásticas medidas para cambiar
el rumbo. Esta nueva estrategia gubernamental ha despertado a la sociedad civil
de un letargo, alimentado por los agentes sociales, que nos mantenía inermes a
pesar de la frustración experimentada cuando, periódicamente, las optimistas
previsiones del gobierno ZP se desvanecían una y otra vez frente a una
progresiva y cruda realidad: la insostenible parálisis económica y la
descomunal escalada del paro. Ante los claros síntomas de deterioro, siempre
negados por el gobierno, sus anunciados brotes verdes se secaban antes de brotar,
mientras la urgente negociación patronal-sindicatos dormía el sueño de los
justos eternizando un desacuerdo permanente irresponsable. El falso sueño,
basado en gastar desmesuradamente hasta dejar las arcas vacías y agotar después
todas las posibilidades de crédito, se convirtió en pesadilla cuando ya no
quedó nada propio que gastar y ninguna posibilidad de que nos prestasen más para
seguir gastando lo ajeno. Como era previsible, los propios creadores del
ficticio estado del bienestar sin límites se encargaron de iniciar su
desmantelamiento. Atrás quedaron los dos mil quinientos euros por nacimiento,
los regalos de cuatrocientos euros, las dotaciones para dar viabilidad a leyes
como la dependencia, las obras públicas y servicios impagados por las
administraciones públicas… y, al fin, llegaron los recortes del salario de los
funcionarios y la congelación de las pensiones por primera vez en democracia,
al extremo de que quienes habían establecido la barra libre, eliminando el
techo del gasto, acabaron por establecer, ya sin remedio, un tope del mismo con
rango constitucional.
La
ciudadanía, atrapada en esta orgía del gasto de todas las administraciones
públicas y harta de tanta incompetencia e irresponsabilidad, decide cambiar el
rumbo y apuesta por una cómoda mayoría absoluta al partido de la oposición. Los
cinco millones de parados “in crescendo”, las miles y miles de PYMES quebradas
por la morosidad de la propia administración, la indecente evasión fiscal, el
incremento de contratos temporales y de despidos con indemnizaciones mínimas
vía FOGASA, el eterno desacuerdo dialogante entre sindicatos y patronal…
pesaron más que las rígidas y protectoras leyes laborales inservibles, que el
silencio cómplice de los sindicatos, que el halago de la patronal y que el
talante socialista inoperante. En un ambiente de absoluta calma social,
incomprensible ante la grave situación, el PSOE pierde el gobierno por méritos
propios y lo gana el PP por deméritos ajenos. Su decisión de exponer la cruda
realidad sin falsas previsiones evidencia que la situación es mucho peor de lo
que se intuía, lo que requiere una reforma global urgente que abarque todos los
ámbitos (financiero, fiscal, administrativo, laboral, judicial, educativo,
etc). En definitiva, un cambio profundo que nos acerque a lo que hace la
mayoría de nuestros socios europeos que, salvo excepciones, afronta la crisis
con muchos menos costes, dejándonos como líderes de casi todas las variables
negativas. Unas reformas, duras e impopulares, que, en su conjunto, nos saquen
urgentemente del negro pozo en que nos han metido. Todo, menos seguir por la
senda que nos ha conducido al mismo.
Es
obvio que un país con más del 23% de su población activa en paro, entre ellos
el 50% de los jóvenes, con las instituciones públicas en las listas de morosos
y sus empresas acreedoras arruinadas por ello, con los mayores índices de
fracaso escolar, de pobreza, de endeudamiento privado, de diferencial entre
riqueza y pobreza, de inversión improductiva, de malversación de caudales y
corrupción… -entre otros muchas variables que no caben en este espacio-, no
goza del estado de bienestar adecuado, sino, más bien, de un estado de malestar
generalizado. Por ello hay que dar urgente respuesta a todos y cada uno de
estos problemas si no queremos liquidar lo poco que nos queda del tan cacareado
estado del bienestar. Para ello ya no valen las bonitas palabras, vacías de
contenidos concretos, ni las falsas promesas, sino los hechos, por dolorosos
que sean. Ahora toca que quienes hace unos días narcotizaban las conciencias
con cómplices silencios, se recuperen de la amnesia para reconocer que, por
acción u omisión, son los responsables directos o indirectos de tan desesperada
situación y que, en todo caso, si es que tienen soluciones concretas para
mejorar las decisiones dífíciles que el gobierno debe adoptar, han de
negociarlas por el bien de todos. En caso contrario, lo más decente es
permanecer en silencio. Lamentablemente han decidido cínicamente tirarse al
monte, liderando las lógicas y legítimas protestas de los ciudadanos, como si
el caos hubiera surgido por generación espontánea y nada hubieran tenido que
ver en su gestación. Es paradójico que nos hayan buscado la ruina desde la
calma y ahora pretendan salir de ella desde la revuelta callejera. Sin duda, la
peor de las respuestas. Pero, es lo que hay.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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