Se
mire como se mire el resultado electoral en Cataluña supone un rotundo fracaso
para CiU, ganador de las elecciones, y un batacazo personal para Artur Mas que,
por honestidad democrática, debiera presentar su dimisión. Un batacazo de tal
magnitud que eclipsa el fracaso del PSC-PSOE -el otro partido que junto a CiU y
SI pierde escaños- y el éxito del resto de partidos que, en mayor o menor
medida, consiguen aumentarlos. El populista proyecto de Mas para liderar el
independentismo ha ido a menos de forma estrepitosa, provocando
innecesariamente una inestabilidad de gobierno en Cataluña sustancialmente
mayor que la existente cuando decidió disolver el Parlament. No le bastaba el
veredicto popular de hace dos años que le permitía gobernar Cataluña con su
proyecto nacionalista desde una mayoría parlamentaria de 62 escaños –a 6 de la
mayoría absoluta- y solicitaba ahora una “mayoría excepcional” para gobernarla
con su nuevo proyecto independentista. Quería que el pueblo hablara de nuevo,
pero no de su gestión, sino del nuevo maná prometido. El pueblo ha hablado y le
acaba de decir que la mayoría excepcional que solicitaba se queda en 50 escaños
–a 18 de la mayoría absoluta- ya que para independentismos genuinos ERC tiene
la patente desde hace tiempo y por ello le otorga la mayor subida en número de
escaños, 21 frente a los 10 anteriores, que la convierte en la segunda fuerza
política, relegando al PSC al tercer lugar con 20 escaños frente a los 28
anteriores. Si a ello añadimos la desaparición de los cuatro escaños de SI y la
irrupción con tres escaños de CUP como nueva opción independentista, la ligera
subida del PP (19 escaños, frente a 18) y de ICV (13, frente a 10), junto a la
espectacular subida de C´s (9, frente a 3), resulta un Parlament con 74 escaños
independentistas, frente a los 76 anteriores que sumaba CiU, ERC y SI.
Mas
va a menos porque ha sometido a los catalanes y al resto de españoles a un
enfrentamiento innecesario que, además, cuesta dinero, desconcierta a los
votantes tradicionales de CiU, anima a los independentistas de Esquerra, inquieta
al resto de países de la UE y añade nuevos problemas que dificultan las
soluciones a la crisis que sufre Cataluña y el resto de España, menoscabando la
credibilidad del gobierno ante sus interlocutores internacionales. Los catalanes no han caído en su hábil
estrategia de tapar su desastrosa gestión de la crisis con una apuesta hacia la
nada que, en el mejor de los casos, sólo genera incertidumbres en un lejano
horizonte y un caos en el horizonte próximo. Ni sus patrañas de ofertar una
Cataluña más rica que ni siquiera saldría de la UE, ni su osadía de culpar al
resto de españoles de un expolio inexistente, ni sus promesas de inmolarse
personalmente tras encauzar el camino del paraíso, han logrado hacer caer en la
trampa a un pueblo que, una vez más, demuestra más sentido de la
responsabilidad que el que tienen sus gobernantes.
Mas
va a menos porque, despreciando un escenario político viable para resolver los
problemas de Cataluña, los catalanes le devuelven un escenario más complejo
para que no sólo demuestre sus cualidades mesiánicas sino también las de
gobernante. Cierto que sin CiU no hay alternativa de gobierno para la
legislatura que comienza, pero cierto también que sólo CiU no puede liderar ni
el futuro gobierno ni el proceso del nuevo proyecto. Se ha convertido en reo de
su propia irresponsabilidad. Cualquiera de las alianzas posibles –ERC, PSC o
PP-, que matemáticamente le garantizan una mayoría suficiente para gobernar, le
supone costes políticos imprevisibles, tanto si prioriza el objetivo de la
gobernabilidad de Cataluña o el de su mágico proceso independentista. Para el
primer caso necesita al PP que, en buena lógica y por decencia política,
exigiría como mínimo una renuncia expresa al proyecto independentista. Para el
segundo, a ERC que, por coherencia, exigiría un calendario para convocar el
referéndum ilegal y, entretanto, la renuncia expresa a las políticas de
gobierno de CiU. Para ambos casos, al PSC que, por su indefinición e
incoherencia, igual vale para un roto que para un descosido como viene
demostrando en los últimos tiempos. Habrá que estar atentos a las piruetas de
Mas para salir del atolladero en que se ha metido y ha metido a CiU.
De momento en su tardía y dramática comparecencia en televisión tras el
resultado de las urnas, emplaza a todos a la responsabilidad para que se hagan
corresponsables de su irresponsabilidad. Que Mas vaya a menos, no quiere decir
que haya perdido su habilidad para la puesta en escena a la hora de vender humo.
Sabe perfectamente que en política es todo posible. Sobre todo, si los que
tiene enfrente son más ingenuos e irresponsables que él. Es el último cartucho
para recuperar a un Mas venido a más.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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